Revista teatros

 Enmarcada por un entorno bucólico y recreando con una belleza trágica ese microcosmos apabullante poblado de personajes singulares, esta tremenda historia de la escritora Nell Leyshon nos conecta con una joven analfabeta cuyo sueño es aprender a leer y escribir. Anhelo que se hará realidad pagando por ello un altísimo precio que el espectador no espera. Charlamos con el director de la pieza, el fundador de la consagrada compañía Tanttaka Teatroa, para descubrir más detalles de esta deliciosa puesta en escena protagonizada por Aitziber Garmendia. Por ANA VILLA

¿Cuál es el planteamiento de esta obra, qué historia desarrolla y cuáles son los temas y sentimientos que la vertebran?

“Del color de la leche” es una función que transcurre a principios del siglo XIX en la Inglaterra profunda, rural. La función se vertebra a través del relato de Mary, la protagonista. Todo lo que sabemos y se nos cuenta es desde su memoria. El gran deseo de esta mujer, que es analfabeta y vive en una granja muy primaria, sujeta a un patriarcado violento, es aprender a leer y escribir. Termina sirviendo en casa de un vicario y esto hace que ella consiga esa herramienta que, a la vez, tendrá consecuencias trágicas en su vida.

¿Cómo es Mery y cuáles son los desafíos que enfrenta?

Mary es vitalista, divertida, irónica, honesta hasta la inconveniencia, una mujer que siempre dice la verdad, que no concibe que la vida sea solo trabajar y trabajar.

¿Qué le sucede cuando aprende a leer y escribir?

Paga un altísimo precio por ello. Lo emocionante es que, a pesar de ello, ella dice que lo volvería a hacer y que volvería a pasar por todo a cambio de que esas líneas negras sin sentido que veía cuando abría un libro ahora sí lo tengan, poder penetrar en esas voces que cuentan. Es terrible pensar que 200 años después de cuando pasa esta función sigan habiendo muchísimos lugares del planeta en los que el acceso a la educación sigue estando prohibido, sobre todo para muchísimas mujeres. Estremece.

Para usted, uno de los momentos más explosivos de la pieza se produce…

Uno de los más excitantes o interesantes de la función es cuando la protagonista, que tiene una herramienta de lectura y escritura aún muy rudimentaria, descubre que con esa herramienta puede contar su historia sin que nadie pueda interferir en ella, desde su propia voz. Es un momento sutil pero muy grande.

¿Y uno de inmensa belleza?

La despedida final de Mary y su abuelo. La relación entre ellos es muy especial, el abuelo es un personaje muy presente que encarna ese espacio de transmisión oral donde las historias, el contarse y hablar tienen mucha presencia. Todas las situaciones de ellos despiertan muchísima complicidad, pero la despedida es un momento bellísimo y duro.

En suma de todo, ¿por qué motivos recomienda este estreno a los amantes del buen teatro?

Lo primero, porque es una adaptación de una grandísima novela. Es una historia bella con una protagonista inolvidable y un reparto que la acompaña con una calidad interpretativa exquisita. Creo que la puesta en escena tiene una sugerencia formal muy bella y es como reencontrarse con esas grandes historias de teatro, de emociones, de sentimientos. Es teatro esencial con un componente humanista extraordinario.

Tanttaka Teatroa celebra 40 años de trayectoria con esta puesta en escena. ¿Qué balance hace de estas cuatro décadas?

No es casualidad que hayamos elegido esta historia para celebrar nuestros 40 años. “Del color de la leche” es una función que anhelábamos poder producir desde hace bastantes años, cuando leímos la novela que, por cierto, fue Premio de los libreros de Madrid. En 40 años pasan muchísimas cosas, pero lo más emocionante es la sensación de seguir luchando por un teatro de emociones, un teatro donde nosotros procuramos trabajar con materiales que nos mueven, nos conmueven, nos renuevan, nos remueven, nos interpelan. Y poder seguir haciéndolo, ese es el mayor éxito.

¿Qué logros le hacen sentir inmenso orgullo?

Por el camino quedan unos cuantos muy buenos trabajos que, de alguna manera, están en nuestra memoria y en la de mucha gente que los vio, empezando por “El florido pensil”, que fue lo que más impactó de nuestra trayectoria, pero hay muchísimos otros, como “El pianista del océano”, “Paradero desconocido” o la posibilidad de contar “El sueño de una noche de verano” en un parque maravilloso cuando San Sebastián fue capitalidad cultural. Pero lo que más me importa es la sensación de haber podido crear una manera de hacer, un equipo, y que haya una especie de tribu de creadores y creadoras que habitan la compañía entre los cuales hay complicidades éticas, estéticas y narrativas. El mayor éxito de Tanttaka es seguir pensando en el día a día teatral.